El viejo Felipe

Luego de muchos años llegó a la vieja estación que ya no funciona, el viejo Felipe.

El pibe se acerca como lo hizo una y mil veces en aquella estación, ya no está el guarda. Ya no está el diariero ni mucho menos el cafetero. Hoy es él y la estación. El vacío parece reemplazar lo que alguna vez sonó con hondura en sus oídos. El nene se sienta, piensa, llora, ya no le importa el tiempo, porque aprendió a perderlo con sabiduría. Nadie le preguntará si está perdido.

No importa el tiempo transcurrido cuando este se detuvo en momentos inolvidables. Felipe está preso del aire y de la nada misma. De golpe todo parece tomar color. Aquello que estaba viendo lo comenzó a oír. Y casi como un juego de ajedrez el tablero de la vida quedó completo. De pronto alguien le toca la espalda y hace que el pequeño Felipe se incorpore lentamente, por su vestimenta el niño no parecía alguien de la calle. Su jardinero de corderoi marrón y voina al tono hace indicar que es un nene.

- ¿Cuánto cuesta la lustrada pibe! Sonó inmediatamente al ver los ojito mojados de Felipe.
Felipe contestá: - ¡ $5 señor!
- ¡Adelante, rápido! que el próximo tren está próximo.

Mientras comenzó a lustrar aún en estado de shock su mente le sugirio el camino del recuerdo.
Había hecha tantas veces ese trabajo que casi no era necesario estar concentrado para un acabado impoluto. Se imaginó llegando a su casa con un regalo en la palma de su mano pero su madre que por desgracia duerme los sueños eternos jamás lo recibiría.
El sonido penetrante de la locomotora lo trae de nuevo a la estación.

- ¡Listo Señor!, mirándo con una sonrisa finjida a su cliente desconocido.
- ¡Toma tu paga niño!. Soltó el cliente sin mirarlo y prestando atención en butaca se sentaría.

Al viejo Felipe se le cae una lágrima que se desliza por las canalestas que la piel le forma al rededor de los ojos.

El niño mira nuevamente a los transeúntes. Y siente envidia de aquellos que son libres. Se desconcentra por un momento y vuelve a quedar mirando ese señor que acaba de atender y nota que le ha dado diez pesos por su trabajo.

La locomotora ya comenzó a girar lentamente para comenzar su rutina cíclica. Corriendo con todas sus fuerzas Felipe con sus piernitas cortas intentaba llamar la atención de su cliente. Más no lo lograba. Decidió entonces treparse a la unidad. Lo logró con cierto riesgo. No tenía nada que perder.

- ¡Señor disculpeme, me he quedado con su dinero, discúlpeme por favor! mientras tomaba aire.
El cliente no parecía prestarle atención a la alarmante forma de expresarse de aquel niño.

Sin sacar la mira del horinzonte que ya se dibuja a los laterales del tren le pidio a Felipe que se sentara frente a él. Pasaron 30 minutos sin emitir sonido. Felipe se comenzó a preocupar.

Hasta que al fín el cliente lo miró y le dijo que era un ladrón. Felipe levantó la cabeza rápidamente, pero al ver la furia del señor se intimidó.

- Señor se que he fallado, discúlpeme, por favor (entre sollozo).
- Te perdonaré, pero tendrás tu castigo.

Felipe, solo, indefenso, pensó en salir corriendo pero el señor no le asustaba, solo el tono en que las decía.

De repente rompe esa tensa atmósfera un señor vestido de negro que pide los boletos.

El señor metiendo su mano derecha en su saco arrebata su boleto.

- ¿Y el tuyo niño? - dijo el guarda.

Felipe otra vez deseo tener familia para que lo protegiera. Pero esta vez se quedó callado, la situación lo había superado.

- Disculpe señor, momentos antes de llegar aquí he visto que ustes hablaba con el niño, ¿viene con usted?. Dirigiéndose al cliente.

- No, este niño simplemente es un ladrón.

Felipe estalló en llanto inmediato. Quizó salir corriendo pero el guarda envolvió su bracito con sus dedos gruesos.

- ¡Dónde vas pequeño bribón!.

- ¡Suélteme!; ¡Suélteme! por favor, por favor. ¡Mamá!, ¡mamita ayudame por favor!.

- El cliente volvió rápidamente la mirada hacia el pequeño Felipe y con ansias le preguntó: ¿Qué estás diciendo niño, tu madre vive, (nervioso)...está aquí.?

- Sí, ella siempre está conmigo, el día que murió me prometió que siempre estaría conmigo y ella es la que me obligó a venir hasta aquí a devolver su dinero. No soy un ladrón -entre llanto retrucó Felipe-.

- ¡Bueno basta de preguntas! -replico el guarda con el seño fruncido.

- ¡Cálmese por favor! - dejando una pausa- yo pagaré por el niño retrucó el cliente.

Mirando hacia Felipe el guarda le dijo: - Tienes suerte pequeño. Y lo soltó.
Felipe tomando coraje preguntó a el guardo por el importe del boleto. El guarda le contestó que era de $2.50, pero en concepto de multa sería el doble.
Felipe sacando rápidamente el billete que había hechos un bollito, lo estiró con la palma de su mano sobre su pecho y se lo entregó al guarda. Felipe recibió su vuelto, inmediatamente le entregó esos $5 pesos a cliente.
Con una sonrisa le dijo - Tomé su dinero, yo no soy un ladrón. Ahora usted me debe $5 por obligarme a subirme a un tren sin pasaje.
Las hablidades comerciales de Felipe le hicieron sentir un orgullo fraternal. Pero lo quizo disimular.
- Niño, no me faltes el respeto.
- Señor, no le estoy faltando el respeto. Sólo le digo lo que me parece justo.
- ¿¡Justo!?. ¿Cómo un niño puede saber diferneciar lo justo de lo injusto?.
- Señor, para mi lo injusto es lo que daña a mi prójimo pudiendo evitarlo.
- ¿De donde sacaste eso niño?
- Mi mamita me lo enseño. Y yo he aprendido a respetarla y a poner en práctica lo que ella me ha enseñado.
- Bien, eres un buen niño, pero te falta aprender modales. ¿Y tu padre?, ¿Acaso ha muerto también?

- Mi mamá me dijo que las personas mueren cuando dejan de dar cosas. Que envejecen cuando dejan de aprender. Por lo visto él ha muerto.
De repente un auto muy lujoso se estaciona en el destino donde el tren hace minutos a partido. El chofer del mismo baja rápidamente y dirijiéndose al cliente con una reverencia le dice: - Discúlpe la demora gobernador, es que he tenido un problema con el auto.
- ¡No aprendo a escuchar escusas!, ¡usted es un inútil!.
A Felipe le vuelve a envolver el miedo. Y tartamudeando le dice: - ¿Go, go, gobernador?
El chofer mirando a Felipe, le pregunta al Gobernador si el niño molestaba, meneando la cabeza informa que no.
- ¿Usted es el gobernador?, ¿cómo puede ser que el gobernador viaje en tren?.
- ¿Acaso no puedo?.
El chofer se dirije a la puerta trasera para permitirle el ingreso a su autoridad. Mientras el gobernador ya había ingresado su pié izquierdo al vehículo se detiene y se dirije al niño: - No me has dicho tu nombre pequeño.
- ¡Felipe! Señor. Mi nombre es Felipe.
- ¡Mira que casualidad! como usted señor. Opina el chofer.
- Felipe el Gobernador, sin hablar y con la mirada le indica lo desubicado de su comentario.
- ¿Señor usted también se llama Felipe?
- Así es. Retrucó.
Finalmente el Gobernador ingresó por completo a su auto, sube sus vidrios y con un gesto le ordena al chofer que conduzca.
Felipe se queda con una sensación amarga. Con un vértigo nuevo. De repente 50 metros adelante el auto ilumina sus luces rojas y se detiene, sacando su brazo por la venta el Gobernador le hace señas a Felipe que venga. Convencido que Felipe estaría viendo el auto. Cómo el niño había dado señas de ser muy inteligente no tenía dudas que lo estaba viendo.
Una vez dentro de la mansión del Gobernado, Felipe el chico miraba con total atención a cada detalle de aquella lujosa casa. Los mármoles estaban presentes en casi toda la casa.
Un regimiento de empleados de servicio salieron a su encuentro.
- Les presento a Felipe. Dijo con su primera sonrisa el Gobernado.
Todos alunísonos barajon la cabeza levemente en señal de reverencia.
Felipe fue adoptado por el Gobernador y nunca más se separó de su padre.
Nunca dejemos que las circunstancias te paralice, ni tus miedos que hablen por vos.
Presta mucha atención a las enseñanzas de tu padres. Y aunque ellos no estén, sigue manteniendolos vivos aplicando sus consejos. Ellos nunca moriran.
Felipe se retira de aquella vieja estación dónde alguna vez conoció a su padre adoptivo que tanto lo cuido y tanto amó. Hoy el anciano niño mirá la estación de su niñez.
Por: Leo Condorí

Mirando por primera vez

Desde la mansedumbre del sonido, a mi alma penetra lo dulce de mis pensamiento. Aquello que sonó hoy es mudo, aquello que una vez tuvo brillo propio hoy es inquilino. Arrebatador de ilusiones. Muerte y tempestad para la vida. Humillación de grandes. Ternura reprimida aniquila lo bello. Cansado de correr he visto desafallecer al justo y vitoriar al incensato. La muchedumbre desvela por aquello que detesta. Mansión de tempestades. Oportunidades resquebrajadas. Latitudes desiguales. La mansa calma de lo eterno. Lo minúsculo platónico. Derroche de pensamientos. Blancura de hermosos vestidos. Tezón escudo de mentiras.

Por este valle he de pasearme lentamente hasta esperar ver la luz que cruza tenuemente por sus límites. Arrebatador de fuerzas, donde las ilusiones yacen desnutridas del sol de la esperanza. Amores que llegaron. Insatisfacción desleal. Prisiones de arrebates espontáneos. Falsedad de falsos. Inequívos resto de alegría. Pérdida coloquial. Abatimiento de la especie.

Busco las fuerzas que una vez me empujaron a los más alto de aquel remolino juvenil. Sin dudas han dejado sus huellas en mi perecer tardío, enmascarador de realidades. Sentimientos falsificados por temores. Serénate le grito una y otra vez, más no parece escucharme. Cada vez se aleja más con la mirada triste pero con una falsa sonrisa sobre su mentón. ¡Mentiroso!

Brújula de vanidades. Pesar de pocos. Estrecho camino el elegido. Fuente te he de encontrar. Te someteré a mis eternos deseos y seré como la rama. Ley de absorto comportamiento. Tatuajes en el alma. Pulido frenético. Desgarro desde el rincón del imperdonable, deseos del cautivo, pensamientos del preso. Algún día será realidad.

Por: Leo Condorí

El día menos pensado...

"Voy mirando hacia mi destino y tengo miedo sea verdad. Cada vez más pienso en lo piadoso que fui, en lo piadoso que soy, ya lo seré. Cómo vástago mi alma deambula por los aires preguntando mi perecer cercano. Mecer de inquietudes, sosiego de mis debilidades, alma triste y solloza. Corazón sin fe. Vida dolida. Amanecer sombrío y eterno. Manecilla de la vida pronto cesará. Mente de grandes coraje de pocos.


Vértigo que subyace en la eterna mortandad. Deshielo de desilusiones. Puerta de dolor, amanecer de tempestades. Vigor perdido a fuerza de esclavitud. Enaltece mi prisión perpetua de perplejidades. Dinastía rota por la conciencia. Falso dios, roto y descosido, maldito. Sabana de desilusiones.

Fuente inagotable de excesos programados. Mirada oculta de los marginados. Renacimiento épico de héroes fallecidos. Relámpago de sosiego. Anestesia de ignorancia. Imperdonable subdesarrollo de lo impensado. Guía sin huellas. Fracazo de lo espontáneo. Desarraigo de ilusiones.

Pincel roto. Ventana estrecha. Luz deslumbrada. Cobija desdeñada. Endecha. Colina virgen. Mirada oscura. Sol fraterno. Peso andar, triste final. Feto parlachín. Coraza de cartón. Mesías sin sendero. Silencio.